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El corazón del cíclope, José Antonio Abella

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         José Antonio Abella es un escritor Burgalés residente en Segovia del que lo ignoraba todo hasta que, hace un año, recibí de regalo uno de sus libros, Agnus diaboli. Quedé deliciosamente sorprendida por la calidad de su relato; tras leer su biografía, no comprendí por qué no se hablaba de él a nivel nacional puesto que el conjunto de su obra literaria ha recibido numerosos premios. Lo mínimo que podría decir de él es que es un escritor sumamente erudito, cuya redacción en ningún momento podría ser tachada de impertinente o pedante. Aun siendo cuidadosamente realizada, me recuerda la sencillez de Delibes que, bien que, hablando desde la humildad, nunca se permitía ni la vulgaridad, el descuido o la petulancia.             Con el corazón del cíclope, entramos en un espacio histórico que bien pudiera parecer lejano, pero que, por el contrario, continúa siendo cercano por las estelas personales que aún se viven en muchas familias españolas actuales. En esta ocasión, José Antoni

FALLECIMIENTO DE MAMÁ

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MAMÁ En los años ochenta había una canción que decía: ”cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Todavía no he oído ninguna canción que diga que cuando los padres se van, el alma se muere. Seguramente más tarde renacerá, pero amputada de una gran parte que correspondía a los que te enseñaron a caminar y a mirar a la vida y al futuro. Esa carencia de alma impide que se reconozca la falta de los seres queridos sin los que no hubieras podido existir. Esa misma carencia te impide reconocer que ya no están y te priva del mejor aplacamiento, el menor consuelo y el mejor aliento que trae el llanto. Como el llanto no aparece, tus días pasan como si de un sonámbulo se tratara porque esperas el regreso de los que ya no volverán. Y un día crees verlos despedirse de ti y entonces comienzas a aceptar que el viajero se fue para siempre, que se fue físicamente, pero que siempre permanecerán en tu corazón y creerás verlos en los momentos en que deberás tomar decisiones o

SEGOVIA Y SU ACADEMIA DE ARTILLERÍA (Elvira Martín)

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María estaba tardando. Lucía llevaba esperándola casi quince minutos y no le gustaba esperar porque se cansaba mucho estando de pie, no cesaba de moverse sosteniéndose primero sobre un pie y, después sobre el otro; sacaba su móvil del bolso y se apoyaba en la pared pues no se atrevía a hacerlo en ningún coche; tampoco a ella le gustaba que los demás se apoyaran en el suyo, por lo que cuando se sentía tentada de hacerlo recordaba aquella máxima grabada en su cerebro: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. La espera le hizo impacientarse y mirar arriba y abajo esperando descubrir a su amiga y, como no la veía comenzó a observar la calle, aquella calle por la que había pasado tantas veces desde su niñez y, que comenzaba a no parecerse a los recuerdos que de ella conservaba. La calle parecía una pequeña colina en cuya cima se encontraba la Academia de Artillería. Comenzaba con tiendas tradicionales, ahora substituidas por otras en las que se vendía cual