Diarios -A ratos perdidos 1 y 2, de Rafael Chirves

    Hablar de Rafael Chirves resulta cuando menos arduo teniendo en cuenta que es un autor sobre el que se ha escrito en abundancia, y al que, aún hoy dada su originalidad, se estudia con frecuencia.

            Se dice de él que es un escritor crítico muy duro y debe de ser cierto, pero más que duro, yo diría que era exigente, con una visión muy clara de todo cuando le rodeaba, ya fuera su vida personal, la sociedad, la literatura, o la política. Por mi parte, me limitaré a comentar el volumen de sus diarios “A ratos perdidos 1 y 2”, publicados por Anagrama en 2021.

            No conozco sus novelas, y este libro es el primero que leo escrito por él. Quizá debería haber comenzado leyendo sus novelas, pero no me parece desacertado comenzar con la lectura de sus diarios puesto que nos ofrecen una visión profunda e íntima, no ya del escritor, sino de la persona.

            A través de estos diarios, nos acercamos a una persona meticulosa e incluso obsesiva, cuestionándose permanentemente sobre la veracidad o la corrección de todo acto emprendido, lo que le lleva incluso a parecer depresivo por la falta de respuestas a todos sus cuestionamientos. Sin embargo, en lugar de decir que nos sorprende, deberíamos sentirnos profanadores de su intimidad, puesto que los diarios personales no se escriben con la intención de que sean leídos por nadie sino por el que los escribe y esto es lo que le da la libertad de expresar sus intimidades de forma mucho más profunda de lo que haría con cualquier persona. Aun así, esta profanación es relativa puesto que él mismo los preparó para su publicación.

            Fuera como fuere, el inicio de estos diarios sorprende con la confesión de no encontrar ningún lugar suyo donde se halle a sí mismo, un lugar al que sienta que pertenece. Está acondicionando una casa y a pesar de que su habitación, (como la habitación propia de Virginia Wolf)  está lista, no está bien allí, de hecho, nunca considerará que Beinarbeig sea su lugar definitivo ni propio:” Sensación de provisionalidad (…)  Ni siquiera estoy a gusto cuando me encierro en la habitación que arreglé, ajustándola a mis necesidades y mi gusto, silenciosa, soleada, animada por el verdor de las plantas”. (p. 47)

             La primera parte está ocupada por la expresión de su homosexualidad, el fracaso amoroso, la profundidad de la separación en la que todo recuerda al ser querido:” En el amor, hay que ver qué prisa se da uno por cargarse de recuerdos comunes: libros, discos, lugares, mots de famille:  como si no fuera precisamente toda esa ganga la que te hace pagar un elevado precio a la hora de la ruptura (…)” (p. 47). Aunque bien pudiera ser que el hecho de vivir una ruptura le haga no sentirse bien en ningún lugar. Asistimos a la discriminación en la medicina:” (…) como enseña don Carlos Marx, para comprender las cosas lo mejor es volver a las cuestiones del dinero y la lucha de clases: creo que lo que le jode es estar tratando a un desgraciado que la Seguridad Social ha hecho llegar a esta clínica privada tan prestigiosa, me trata como en casa de los señores se trata al palafrenero, cuyas enfermedades no cura el médico de familia, sino que le receta las medicinas y le pone las inyecciones el veterinario aprovechando que viene a visitar a las caballerías” (p. 51). La intensidad del inicio de este diario es valiente, incluso hablándose a sí mismo, expresando su pasión por François, o en la decisión de mostrar la sordidez del mundo homosexual, por ejemplo, en el laberinto de El Retiro, a plena luz del día, más o menos oculto de los viandantes.

             Cuando, por fin, nos sustraemos del mundo de la homosexualidad, nos introducimos en otro universo igualmente trepidante y apasionante, pues esta vez es una lección magistral de literatura. Chirves nos muestra toda su erudición sin ambages; puedo imaginar que podría iniciar a un lector inexperto a emprender la lectura de manera diferente a la que podría serle habitual, abriéndole la mente a lo que le rodea, así como a los seres humanos. Su amor por la literatura es enorme y por ello mismo, siente celos de los grandes escritores porque tiene miedo de no ser capaz de escribir él mismo tantos libros hermosos y profundos, duda constantemente sobre su propia escritura, su validez y credibilidad.

         Reflexiona sobre la escritura de una novela, lee con un ritmo trepidante y discurre a cerca de diferentes movimientos literarios, del realismo español de los años setenta del siglo pasado, principalmente por la novela “Si te dicen que caí” de Juan Marsé y de su homenaje a los de abajo: “(…) su novela es un ajuste de cuentas con la historia como gran infamia, y, sobre todo, un monumento/altar a los de abajo, fruto de un infinito aporte de piedad” (p. 131). Pasa revista a los diferentes movimientos literarios, la literatura clásica y moderna francesa, la literatura alemana de posguerra, con los que “rompieron con el tabú que impedía hablar del sufrimiento y las destrucciones padecidas por los perdedores” (p. 249); el subjetivismo y su desprecio por los escritores de Weimar; no olvida a Walter Benjamin y su teoría del lenguaje (p. 270); las vanguardias rusas y alemanas de principios del siglo XX; la literatura después de Franco y el fútbol; la literatura en la nueva España (p. 211) y la literatura de masas (p. 210); y como era de esperar, el siglo XX con sus vanguardias artísticas y las revoluciones políticas.

 

Chirves no olvida darnos su opinión referente a lo que significa para él ser un escritor (p. 261,3), y por supuesto, muestra a numerosos escritores sin obviar su criterio sobre ellos, Felipe Kamen, Dostoievski, Lukacs y su diferencia entre lenguaje escrito y lenguaje visual: “la diferencia entre labrar un terrero o bombardearlo” (p. 202), Balzac y sus descripciones de carácter; la muerte de Proust, como muerte de la memoria propia de la condición de la temporalidad personal y de identidad verdadera (p. 185); Céline, Drieu, fascistas y anticomunistas llevando esas tendencias a la normalización gracias a la Guerra fría; Pérez Reverte, del que aprovecha la lectura de su “Cabo de Trafalgar” para compararlo con Galdós y decidir que no es sino un populista.

     De la mano de los escritores llegan numerosos libros entre los que, de nuevo cita a “Si te dicen que caí”, de Juan Marsé. También hay un lugar para la cultura, la sociedad y la política con la historia como olvido, la injusticia sin la que se supone que no se puede vivir, la Movida madrileña y su caída, la vida como una serie de trabajos, el respeto hacia los que son más pobres que nosotros, el retroceso español tras la Guerra Civil, o  la social democracia y el PSOE.

 No olvida la pintura y los pintores, Bacon, Juan Gris, Fantin, Latour, y su enorme desprecio por Dalí: “(…) son -Dalí y Gala- dos personajes que están entre mis peores bêtes noires, farsantes sin escrúpulos (…). (P. 80), alude igualmente a una frase pronunciada por el pintor y encontrada en las memorias de Altolaguirre: “(…) no quiero nada con los vencidos (…)”, (p. 161). Encontramos muchísimas citas de distintos escritores, como por ejemplo, la de Machado:” Entre hacer las cosas bien y hacer las cosas mal, hay un término medio, que es no hacerlas (p. 199), o la de la novela de Robert Musil “El hombre sin atributos”:” El piano hacía vibrar la casa y era uno de esos megáfonos a través de los cuales grita el alma en plano universo (p. 126).

 Los viajes son otro tema del que se ocupa; sus descripciones y comentarios sobre ciudades y personas. No es difícil visualizar los lugares de los que habla, París, Moscú, Alemania y el carácter alemán referente a la gastronomía, Inglaterra y su ausencia de gastronomía, Madrid, Barcelona y tantos y tantos países y ciudades. No en vano escribía artículos para la revista Gastronomía de la que era director, y a la que fue abandonando a medida que su naturaleza se transformaba. Capítulo aparte merecen sus viajes y comentarios picantes de las lecturas de sus novelas en universidades o centros Cervantes.

 Finalmente descubrimos sus crisis personales o como escritor, aunque no las expresa una sola vez, sino a lo largo del diario:” El decrépito ave fénix chirvesco emerge de la pesadilla de un terrible resfriado. Recupera poco a poco movilidad y conciencia. Parece ser que aún no le ha llegado su hora”. (p. 328). Algo realmente conmovedor es el reencuentro y las reflexiones sobre sus compañeros de infancia con los que compartió los terribles internados de huérfanos del franquismo y las consecuencias sobre su paso por ellos (p. 333…9). La influencia del consumo excesivo del alcohol y el tabaco (p. 237), los terribles repuntes de vértigo (p. 296); la fragilidad constante de que hace gala íntimamente:” Me invade de nuevo la sensación de fragilidad. Hay desorden dentro de mí, una casa llena de materiales, libros y papeles que se amontonan por todas partes, que ocupan los espacios que serían necesarios para realizar otras actividades (p. 301).

 Llegados a este punto, debo decir que Rafael Chirves es un escritor torturado por sí mismo, sus dudas, sus inseguridades; con tendencias autodestructivas canalizadas a través del alcohol y el tabaco como si fuera heredero de los poetas malditos. Marcado por su orfandad de padre en los estrictos internados franquistas y su homosexualidad; y sin embargo, con una clarividencia excepcional para detallar con precisión el mundo de las artes, la literatura y la sociedad.

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