La clase de griego. Han Kang

           

    Si no hubiera recibido el premio Nobel, es muy probable que no habría conocido a esta escritora, y me alegro de haberlo hecho, de la misma forma que considero que este premio es el colofón del compendio de premios recibidos anteriormente.

         De formación literaria, ejerció como periodista y enseñó literatura; ocupaciones que abandonó para dedicarse a la escritura a tiempo completo. Y se le agradece, pues su estilo literario es muy depurado, poético y con una expresión de completa sensibilidad.

La lección de griego es ante todo una novela sobre la incomunicación y el aislamiento; recuerda a los monos de Gibraltar tapándose las orejas, los ojos y la boca. Pero también es una novela sobre el desarraigo y la pérdida del sentimiento de pertenencia.

            Asistimos a la presencia de dos personajes principales, una mujer que, sin ser muda, no consigue emitir sonidos, ni palabras, y mucho menos establecer frases orales. Un hombre en la cuarentena que, debido a una enfermedad, pierde la vista de forma progresiva y que, en el momento de la novela sólo distingue formas borrosas, como sombras sin contornos que delimiten el espacio. El tercer personaje, secundario puesto que aparece únicamente en el capítulo de “La voz” es una joven que, debido a una enfermedad durante la infancia, perdió el oído, por lo que debe leer los labios de su interlocutor y se comunica por medio de la escritura. Son personajes anónimos de los que no conocemos los nombres, como si estos fenómenos no se refirieran a personas concretas, sino que pudiera ser cualquiera. Únicamente conocemos el nombre del amigo del personaje ciego llamado Joachim, enfermo y por tanto débil ante el mundo.

            Han Kang escribe de forma muy sencilla y al mismo tiempo muy elaborada. Redacción en la que prima la exteriorización de los sentidos en una expresión sumamente sensorial y psicológica, que por momentos parece filosófica; por ejemplo, refiriéndose a la mujer que no habla, encontramos: “(…) Conteniendo la respiración y encogiéndose lo más que podía, sintió con todo su ser cómo la finísima, delicada y enorme corteza del mundo era engullida por la oscuridad. (p. 49). Sufre por la dispersión de idiomas, culturas y mentalidades; lo sabe bien puesto que ha estudiado el francés, el inglés y, por supuesto el coreano que es su lengua materna; le gustaría que existiera una única posibilidad de comunicación, como en la torre de Babel antes del castigo de Dios, en un único lugar:” (…) Ocho años atrás, cuando su hijo empezó a hablar, ella soñó con una palabra única que sintetizara todas las lenguas. Fue una pesadilla tan vívida que se despertó con la espalda empapada en sudor. Se trataba de una palabra sólidamente comprimida por una densidad y una fuerza gravitatoria descomunales”. Esta falta de comunicación oral está fuertemente liada a su intimidad, su psicología y su unión con el mundo; es por esta razón, por lo que decide aprender un idioma diferente, el griego antiguo sin ninguna connotación sentimental para ella y así, intentar recuperar el habla, la expresión oral. Da la impresión de que esta incomunicación fuera contagiosa o hereditaria, por lo que se plantea salvar a los posibles herederos, o el posible heredero, para que no caiga en la incomunicación.

            Nuestro personaje ciego, o casi ciego, sufre de desarraigo desde la adolescencia, puesto que sus padres emigraron con toda la familia a Alemania, y allí debió aprender otro idioma y otra cultura. Sin embargo, para enraizarse de nuevo decidió regresar a Corea donde sobrevive dando clases de griego antiguo.

Íntimamente siente que su futuro es muy confuso e ignora lo que sucederá. Durante la adolescencia tuvo la oportunidad de crear un futuro definido, quizá con una familia, pero su impaciencia y su falta de tacto hizo que su proyecto se desvaneciera. O quizá fuera otro posible proyecto incierto del que pudiera haber salido huyendo y en su interior albergase sentimientos prohibidos hacia su amigo. Sea como sea, ahora necesita arraigarse; sin embargo, el arraigo es un trabajo arduo, tanto que, durante el proceso, se sienten ganas de huir, de buscar otro lugar, otra situación personal donde haya menos soledad, menos incomunicación, quizá un lugar interior: “(…) Abro los ojos y me quedo mirando el techo blanquecino y los contornos de los objetos que se desmoronan a mi alrededor. Y confirmo con calma que no tengo a donde huir, salvo el mundo de los sueños”. (p. 103).

             Afortunadamente una serie de coincidencias llevará a nuestros protagonistas principales a encontrarse, a comunicarse con dificultad, a buscar soluciones, a acercarse y encontrar una manera personal de comunicación.

           La lección de griego es una novela intimista de una belleza arrolladora que nos lleva a reflexionar sobre el mundo en el que vivimos, a considerar la calidad de nuestras relaciones, a cuestionarnos y cuestionar el lugar que ocupamos en nosotros mismos y en el mundo exterior. Es una novela que no deja indiferente porque nos traslada a un mundo interior en el que vivimos, pero que ni vemos ni apreciamos.

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