La hija del comunista, Aroa Moreno Durán

 

    El mundo periodístico requiere precisión y conocimiento del tema a tratar. En él prima la información, si bien en la actualidad no pensamos en él como un mero medio de transmisión de noticias objetivas, sino que consideramos que el periodista deja de ser un simple observador al convertirse en protagonista de la realidad que transmite. Con frecuencia, leeremos y escucharemos decir que lo que el periodista pretende no tanto es contar la noticia, sino la verdad. Para ello, se recurre, por ejemplo, a la narración de hechos de forma cronológica; como en las crónicas; necesita basarse en hechos, relatos y personajes sobre los que se informa, o a los que entrevista, algo así como en las crónicas literarias en las que el escritor se apoya en relatos de viajeros, o vivencias, y costumbres de ciertas épocas. Con ellas, el periodista debe hacer que el lector sienta que es el protagonista de lo que está leyendo, como si la lectura fuera en realidad las imágenes que está viendo. Según Juan Gargurevich, la crónica es un: “Relato sobre personas, hechos o cosas reales, con fines informativos, redactados preferentemente de modo cronológico y que, a diferencia de la nota informativa, no exige actualidad, pero sí vigencia periodística” (Géneros periodísticos. CIESPAL, Quito)

            Podríamos obviar el hecho de que Aroa Moreno Durán sea periodista, o al menos que lo sea de formación, pero sí parece obvio en que en su novela La hija del comunista, su narrativa no es realmente literaria, o, al menos, no es lírica; no posee ni profundidad en los personajes ni en su psicología, bien que Almudena Grandes haya dicho que:” Es una novela perfecta, por la emoción y por la manera de su autora de acertar en todas las decisiones”. La historia nos descubre a Katia que narra su historia en primera persona y en dos partes diferentes. La primera es en el Este, y la segunda, en El otro lado. La primera parte comienza en los años cincuenta, y termina en mil novecientos setenta y uno, en el que comienza la segunda parte. Antes de comenzar la lectura, la narradora nos pone en los antecedentes del texto que vamos a leer; conocemos a los personajes, Katia Ziegler, su padre, las niñas -es decir, ella y su hermana-, y su marido; pero no se menciona a la madre. Vemos que la historia se desarrollará a lo largo de varios años, comenzando en octubre y terminando en octubre, el mes de la revolución, el de la reunificación de las dos Alemanias; sin embargo, “todo está atrás”, aunque ignoramos de qué es lo que está atrás. Esta imagen introductoria se completa con otros personajes secundarios, como las caras desconocidas de la bancada durante la ceremonia de su boda, un vecino, o un operario. También parece que estamos en su casa a oscuras debido a la lluvia, con una linterna réplica de las de la policía; sabemos que hay un jardín con árboles, un caballo mojado por la lluvia, hierba y arcilla roja en el suelo. Se casó en los años setenta, no recuerda las facciones de su marido, aunque una antigua foto se encarga de recordárselas, quizá porque haya fallecido o se hayan separado. Al principio tomaba fotos de los árboles, pero no sabemos al principio de qué, o dónde  se han plantado bulbos. Es el esquema característico de una crónica en la que se introduce la confusión de datos necesaria para seducir e intrigar al lector.

 

            La hija del comunista es una novela lineal y cronológica, aunque a veces la narradora nos confunda con expresiones como “antes”. La evolución de la historia podría parecer descriptiva dentro de una cierta monotonía, pero aparecen picos de interés que captan la atención del lector y aumentan su interés por la lectura, haciéndole entrar en la intensidad, el dramatismo o la tragedia del momento, por ejemplo, con las apariciones de Johannes; son apariciones inesperadas que hacen de él un ser misterioso que siembra el deseo de que nos desvele su identidad, sin duda, extraordinaria. Esta figura se encuentra contrapuesta con la de su padre, descubierta por las hermanas en una de las maletas guardadas debajo de la cama, en la que descubre que su padre en España era comunista y huyó para ir a Alemania. El misterio de Johannes desaparece más tarde al otro lado, del mismo modo que se desvanecerá la figura un tanto misteriosa y querida del padre. Una vez en el otro lado, la narración parece carecer de interés hasta el momento en que Katia, hostigada por los invitados en una fiesta, confiesa que echa de menos a sus antiguos amigos porque allí los amigos son más amigos, o cuando comenzó a bailar un lipzi con Max. Esta vez no descubrimos el misterio, sino la indignación de los presentes, y sus críticas porque Katia no sabe reconocer el valor de haberla ayudado a cambiar de lado. El punto culminante de estos picos se produce en el reencuentro con su hermana y su madre.

 

            Las dos partes están escritas en paralelo, con la misma estructura. Tanto en la primera parte como en la segunda, vemos “el otro lado”, cuando cruza al oeste para comprar pescado y recibir un sobre (p. 15), pero también ya instalada en el oeste, sentada junto al río nos dice que “la vida dormía al otro lado del agua. Siempre al otro lado” (p.54). En las dos nos describe el lugar en el que vive. En la primera parte es el piso, una buhardilla pequeña para los cuatro (p.10,4); en la segunda, igualmente en una buhardilla, pero esta vez independiente y más espaciosa (p.54).

 

            En la primera parte nos adentramos en la vida en el este, el sentimiento de ser seres extraños observados por los vecinos del oeste desde sus terrazas al otro lado del muro, la desesperanza del futuro, los primeros escarceos amorosos y el sentimiento de ser diferente por ser española, o de decepcionar a sus padres. Sin embargo, aparece algo de aire fresco con Julia y el grupo de cubanos alegrando la vida gris de Berlín, o el acercamiento a occidente a través de la música, los Rolling Stone o Joan Baez, sin olvidar que estamos dentro de una vida monótona, sin esperanzas fuera del engranaje del Estado.

 

            En la segunda parte, Katia tampoco escapa de sus orígenes puesto que todo el mundo la llama “la española”. Descubrimos la vida en el oeste, la mentalidad organizada y ordenada, pero también la desesperanza del futuro. La nota de color la ponen Maxi, su mujer y su hija que, como ella, salieron del este y para mejor adaptarse al oeste, parecen haber olvidado su vida anterior.

 

            Las dos partes narran la búsqueda de un espejismo, de un mundo mejor por parte del padre de Katia huyendo de España, saliendo de una dictadura para llegar a otra sin saberlo; o por parte de Katia huyendo del este. A pesar de todo, mantienen el agradecimiento por la oportunidad de una segunda vida, aunque para ello hayan debido olvidar el pasado en un espacio que no deja de ser decepcionante. En los dos casos desaparece la identidad inicial para construir una segunda sin alma, superficial. Llegan momentos de confrontación entre las dos, pero no hay compatibilidad posible entre ellas. Finalmente aparece la posibilidad de una tercera identidad personal, de libre elección para Katia. Ni la primera ni la segunda fueron satisfactorias, por lo que tendrá que dedicarse cuidadosamente a la que pretende construir por elección propia.

 

            La hija del comunista consta de dos partes redactadas de forma clara y concisa, sin epítetos superfluos, o palabras innecesarias para la buena comprensión; no estamos ante un texto lírico, aunque vemos imágenes que avivan el interés, como “la casa llena de papelitos con léxico alemán, las hojas de col que el padre identifica con lonchas de jamón, o las flores rojas del primero de mayo que seguían secas en el vaso de cristal”, o el efecto de tristeza cada vez que se nombra “el otro lado, siempre el otro lado, antes, al principio… “

 

            Las ideas expresadas no son numerosas, pero sí son claras en las dos partes, en las que se narra la historia de una huida, el sentimiento de la traición, la decepción en dos lugares divergentes y sin embargo convergentes, seguidos de la reconstrucción personal. Como en las crónicas, Moreno Durán nos cuenta hechos concretos, reales y absolutamente verificables en un texto narrativo y descriptivo en el que los diálogos no son ni abundantes ni extensos dando dinamismo al relato expresado principalmente en primera persona.

 

            Me encuentro ante la disyuntiva de pensar que esta escritora ha confeccionado una novela perfecta que, sin embargo, son dos crónicas narrativas paralelas en espejo la una frente a la otra; las dos ofrecen los mismos elementos con personajes diferentes como son Katia, su padre y Johannes. Me hubiera gustado encontrar más lirismo, más profundidad en los personajes dentro de esta historia de estructura simétricamente precisa.


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