La hija del comunista, Aroa Moreno Durán
Podríamos
obviar el hecho de que Aroa Moreno Durán sea periodista, o al menos que lo sea
de formación, pero sí parece obvio en que en su novela La hija del comunista,
su narrativa no es realmente literaria, o, al menos, no es lírica; no posee ni
profundidad en los personajes ni en su psicología, bien que Almudena Grandes
haya dicho que:” Es una novela perfecta, por la emoción y por la manera de su
autora de acertar en todas las decisiones”. La historia nos descubre a Katia que
narra su historia en primera persona y en dos partes diferentes. La primera es
en el Este, y la segunda, en El otro lado. La primera parte
comienza en los años cincuenta, y termina en mil novecientos setenta y uno, en
el que comienza la segunda parte. Antes de comenzar la lectura, la narradora
nos pone en los antecedentes del texto que vamos a leer; conocemos a los
personajes, Katia Ziegler, su padre, las niñas -es decir, ella y su hermana-, y
su marido; pero no se menciona a la madre. Vemos que la historia se
desarrollará a lo largo de varios años, comenzando en octubre y terminando en
octubre, el mes de la revolución, el de la reunificación de las dos Alemanias; sin
embargo, “todo está atrás”, aunque ignoramos de qué es lo que está atrás. Esta
imagen introductoria se completa con otros personajes secundarios, como las
caras desconocidas de la bancada durante la ceremonia de su boda, un vecino, o un
operario. También parece que estamos en su casa a oscuras debido a la lluvia,
con una linterna réplica de las de la policía; sabemos que hay un jardín con
árboles, un caballo mojado por la lluvia, hierba y arcilla roja en el suelo. Se
casó en los años setenta, no recuerda las facciones de su marido, aunque una
antigua foto se encarga de recordárselas, quizá porque haya fallecido o se
hayan separado. Al principio tomaba fotos de los árboles, pero no sabemos al
principio de qué, o dónde se han
plantado bulbos. Es el esquema característico de una crónica en la que se introduce
la confusión de datos necesaria para seducir e intrigar al lector.
La
hija del comunista es una novela lineal y cronológica, aunque a veces la
narradora nos confunda con expresiones como “antes”. La evolución de la
historia podría parecer descriptiva dentro de una cierta monotonía, pero
aparecen picos de interés que captan la atención del lector y aumentan su
interés por la lectura, haciéndole entrar en la intensidad, el dramatismo o la
tragedia del momento, por ejemplo, con las apariciones de Johannes; son
apariciones inesperadas que hacen de él un ser misterioso que siembra el deseo
de que nos desvele su identidad, sin duda, extraordinaria. Esta figura se
encuentra contrapuesta con la de su padre, descubierta por las hermanas en una
de las maletas guardadas debajo de la cama, en la que descubre que su padre en
España era comunista y huyó para ir a Alemania. El misterio de Johannes
desaparece más tarde al otro lado, del mismo modo que se desvanecerá la figura
un tanto misteriosa y querida del padre. Una vez en el otro lado, la
narración parece carecer de interés hasta el momento en que Katia, hostigada
por los invitados en una fiesta, confiesa que echa de menos a sus antiguos
amigos porque allí los amigos son más amigos, o cuando comenzó a bailar un
lipzi con Max. Esta vez no descubrimos el misterio, sino la indignación de los
presentes, y sus críticas porque Katia no sabe reconocer el valor de haberla
ayudado a cambiar de lado. El punto culminante de estos picos se produce en el
reencuentro con su hermana y su madre.
Las
dos partes están escritas en paralelo, con la misma estructura. Tanto en la
primera parte como en la segunda, vemos “el otro lado”, cuando cruza al oeste
para comprar pescado y recibir un sobre (p. 15), pero también ya instalada en
el oeste, sentada junto al río nos dice que “la vida dormía al otro lado del
agua. Siempre al otro lado” (p.54). En las dos nos describe el lugar en el que
vive. En la primera parte es el piso, una buhardilla pequeña para los cuatro
(p.10,4); en la segunda, igualmente en una buhardilla, pero esta vez independiente
y más espaciosa (p.54).
En
la primera parte nos adentramos en la vida en el este, el sentimiento de ser
seres extraños observados por los vecinos del oeste desde sus terrazas al otro
lado del muro, la desesperanza del futuro, los primeros escarceos amorosos y el
sentimiento de ser diferente por ser española, o de decepcionar a sus padres.
Sin embargo, aparece algo de aire fresco con Julia y el grupo de cubanos alegrando
la vida gris de Berlín, o el acercamiento a occidente a través de la música,
los Rolling Stone o Joan Baez, sin olvidar que estamos dentro de una vida
monótona, sin esperanzas fuera del engranaje del Estado.
En
la segunda parte, Katia tampoco escapa de sus orígenes puesto que todo el mundo
la llama “la española”. Descubrimos la vida en el oeste, la mentalidad
organizada y ordenada, pero también la desesperanza del futuro. La nota de
color la ponen Maxi, su mujer y su hija que, como ella, salieron del este y para
mejor adaptarse al oeste, parecen haber olvidado su vida anterior.
Las
dos partes narran la búsqueda de un espejismo, de un mundo mejor por parte del
padre de Katia huyendo de España, saliendo de una dictadura para llegar a otra
sin saberlo; o por parte de Katia huyendo del este. A pesar de todo, mantienen
el agradecimiento por la oportunidad de una segunda vida, aunque para ello
hayan debido olvidar el pasado en un espacio que no deja de ser decepcionante.
En los dos casos desaparece la identidad inicial para construir una segunda sin
alma, superficial. Llegan momentos de confrontación entre las dos, pero no hay
compatibilidad posible entre ellas. Finalmente aparece la posibilidad de una
tercera identidad personal, de libre elección para Katia. Ni la primera ni la
segunda fueron satisfactorias, por lo que tendrá que dedicarse cuidadosamente a
la que pretende construir por elección propia.
La
hija del comunista consta de dos partes redactadas de forma clara y
concisa, sin epítetos superfluos, o palabras innecesarias para la buena
comprensión; no estamos ante un texto lírico, aunque vemos imágenes que avivan
el interés, como “la casa llena de papelitos con léxico alemán, las hojas de
col que el padre identifica con lonchas de jamón, o las flores rojas del
primero de mayo que seguían secas en el vaso de cristal”, o el efecto de
tristeza cada vez que se nombra “el otro lado, siempre el otro lado, antes, al
principio… “
Las
ideas expresadas no son numerosas, pero sí son claras en las dos partes, en las
que se narra la historia de una huida, el sentimiento de la traición, la
decepción en dos lugares divergentes y sin embargo convergentes, seguidos de la
reconstrucción personal. Como en las crónicas, Moreno Durán nos cuenta hechos
concretos, reales y absolutamente verificables en un texto narrativo y
descriptivo en el que los diálogos no son ni abundantes ni extensos dando
dinamismo al relato expresado principalmente en primera persona.
Me
encuentro ante la disyuntiva de pensar que esta escritora ha confeccionado una
novela perfecta que, sin embargo, son dos crónicas narrativas paralelas en
espejo la una frente a la otra; las dos ofrecen los mismos elementos con
personajes diferentes como son Katia, su padre y Johannes. Me hubiera gustado
encontrar más lirismo, más profundidad en los personajes dentro de esta
historia de estructura simétricamente precisa.
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