Castillos de fuego, Ignacio Martínez de Pisón


    Ignacio Martínez de Pisón es un filólogo dedicado al periodismo, la escritura de guiones de cine, de ensayo y de novela. Decidió dedicarse a la literatura después de haber recibido el premio del Casino de Mieres en 1984 por su primera novela La ternura del dragón.

En sus novelas, este escritor ha llevado a cabo el retrato de España a lo largo de la historia del siglo XX, desde el protectorado español en Marruecos, pasando por la Guerra Civil, el franquismo, y la Transición. Su importante trabajo realizado con una gran técnica, transmite y seduce al lector, por lo que no es de extrañar que se haya visto recompensado con numerosos premios.

Su última novela Castillos de fuego es de lectura fácil, pues abundan los diálogos de frases cortas. El autor recurre a la igualmente abundante puntuación: puntos, comas, interrogaciones, exclamaciones, puntos suspensivos, etc. No suele emplear ni léxico complicado, ni estructuras complejas, ni muchos párrafos extensos: “—¿Por qué no lees acostado? —Gloria le reconvino con dulzura—. “Estarías más cómodo. ¡Y con este frío…! —¿Qué película has ido a ver? —Hala, a dormir. Ahora mismo te preparo la bolsa de agua. ¿Quieres que te caliente las sábanas con la plancha?” (p. 25). Otra buena estratagema para dar ligereza y dinamismo al texto es la no utilización de capítulos; en su lugar, compone secciones de dos o tres páginas, en las que constantemente cambia de personajes y con las que el lector puede hacer pausas de lectura sin necesidad de esperar al final del capítulo.

Los personajes son tan numerosos que desorientan al principio, pero a medida que se avanza en la lectura, aparece la interconexión de los unos con los otros hasta parecer una inmensa telaraña en la que todos los individuos han caído atrapados sin ninguna posibilidad de liberarse. Estas divisiones forman parte de cuatro libros que comprenden las épocas que van desde el final de la Guerra Civil en 1939, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

La localización de la narración se sitúa en Madrid, una ciudad bien diferente de la que conocemos en la actualidad, en la que Barajas era un pequeñísimo pueblo y Cuatro Caminos, prácticamente el límite de la ciudad. Pero bien podría ser cualquier lugar de España, puesto que las circunstancias y las situaciones vividas eran similares. Se trata de una España con sus diferentes sectores sociales y dentro de una coyuntura común. Desde esta perspectiva, se nos muestra a los prisioneros esperando la resolución de sus juicios o la dramática ejecución de la sentencia:” Primero, el inesperado estrépito de la descarga. Después, los tiros de gracia, que se sucedían con implacable regularidad y era imposible no contar: uno, dos, tres, cuatro, y así hasta quince esa noche de principios de julio. Amancio, que fumaba en la oscuridad, esperó a que sonara la última detonación “(p. 129).

La narración se inicia con un gran golpe de efecto, el traslado del féretro de José Antonio llevado en pleno invierno desde Alicante hasta El Valle de los Caídos a hombros de falangistas fuertes y viriles en mangas de camisa recogidas hasta el codo y el cuello abierto; todos al ritmo trepidante de “Izquierda, derecha, izquierda, derecha…” Algunos dirigentes importantes como Ramón Serrano Suñer, amigo íntimo del fundador, se desplazan desde Madrid en coche y con sus abrigos largos de doble botonadura, pero mostrando su aflicción:” La suya era la expresión viva del dolor, que en él se percibía como algo superior: un dolor más profundo, más intenso, más noble que el de cualquier otro.”

 El racionamiento, el estraperlo y el hambre, constituyen la obsesión constante de los personajes; el auxilio Social cuidando, o tratando a los innumerables huérfanos de la posguerra a un paso del raquitismo y padeciendo la gran enfermedad del país, el hambre: La pobreza, la depuración en la enseñanza condenando al ostracismo y a la invisibilidad a los penados; la imposición de la religión que, incluso a veces, se convierte en la única posibilidad de consuelo o incluso de perspectivas personales. Dentro de este universo descorazonador, también aparece la idea de algo de progreso estudiando inglés. Todos los que fueron considerados los perdedores de la guerra, perdieron sus estatus “profesionales, sociales y económicos; no les quedó más remedio que vivir del racionamiento, de trabajos humildes y de recuerdos dentro de su modestia: “Anita le alisó las arrugas con la plancha y le echó unas gotas de perfume. Cristina, mientras tanto, rebuscaba entre los objetos de su madre: joyas modestas, peines de nácar, flores de tela”.

No faltan los delatores, ni los arribistas que para congraciarse con el régimen y para hacerse perdonar sus pecados de militancia republicana, no dudan en sobrepasar todo límite del cinismo torturando a aquellos que fueron sus compañeros dentro de la célula en la que se habían infiltrado, igual que ocurría en aquella película de los años 80 titulada “Viva la Clase media”.

Un apartado especialmente dramático, o incluso trágico es el del traslado de los presos de la cárcel de Porlier hasta la nueva cárcel de Carabanchel. Deliberadamente, el centro de Madrid, en sus arterias principales, se convierte en escenario de una representación sobrecogedora con el desfile en cuerda de los prisioneros, actores cómicos para ciertas personas y doloroso para otras. No es sino la ilustración directa de lo que le puede suceder a todos aquellos que no acepten ni se adapten al nuevo régimen.

En la provincia de Córdoba encontramos la vida de los maquis, que bien pudiera ser la misma que en cualquier otra provincia española, o la de los bandoleros de las serranías durante la invasión de Napoleón:” Lo primero que hicieron en el campamento fue lavarse las manos, pringosas de resina (…) en una hondonada protegida por árboles, el Mancho colgaba el caldero de un trípode de ramas y empezaba a preparar el rancho. Más allá, Arsenio cortaba el pelo a Mancebo, sentado a lo indio (…). Caralarga llevó al Mancho los huevos de perdiz y se entretuvo encendiendo el fuego con ramas de jara, que casi no hacían humo” (p.398). El Partido aparece con su superioridad política e intelectual al encontrarse en el exterior, dando las directrices de comportamiento, de recomposición de las células y comités, de ayuda a los militantes, colaboradores y enlaces, pero también con la rigidez y dureza disciplinaria característica del PCE, por la que no duda en ejecutar a cualquier militante, incluso dirigente, sospechoso de traición, como sucedió, entre otros, con Gabriel León Trilla.

Castillos de fuego nos habla de una España oscura en la que la mitad de la población vive bien, o muy bien, gracias a du adhesión al régimen. Pero también es una España que intenta reconstruirse y, dentro de la reconstrucción, encontramos a las personas influyentes, los pilares del régimen; otros que intentan por todos los medios obtener cómodas situaciones económicas de forma legar, ilegal o haciendo trampas por medio de los vacíos legales, aun a sabiendas de que sus superiores miran a otro lado, pero que lo toleran. Los que intentan hacerse perdonar sus pecados, principalmente los que hicieron la guerra en el frente republicano o los que ingresaron en algún partido o sindicato de izquierdas y que lo justifican diciendo que era la única forma de sobrevivir, o que se infiltraron para luchar desde dentro como si fueran integrantes de la quinta columna.

La otra España es la de los perdedores, en la que también se encuentra todo tipo de clases sociales: los depurados del Ministerio de enseñanza, la clase media republicana venida a menos intentando constantemente ganarse la vida en cualquier trabajo por humilde que sea; la prostitución forzada por el hambre, o por los errores cometidos, a menudo inocentemente; los que se implican en la clandestinidad sin ser conscientes del peligro real que ello conlleva; los militantes convencidos que, dentro de la clandestinidad intentan reconstruir la resistencia a Franco; los que lo perdieron todo y se ven condenados al chabolismo y a malvivir en la nueva sociedad.

Esta España emergente de la Guerra Civil se mantiene por medio del silencio y el miedo, no únicamente de los perdedores condenados a olvidar su pasado y a partir de cero, como si nunca hubieran tenido un pasado, sino también de los partidarios de Franco. Es una España sentada sobre el servilismo y los favores; en el momento en que se rompe este pacto táctico, se rompe el equilibrio; nadie está a salvo de ello, como le sucedió, por ejemplo, a Ramón Serrano Suñer o a Dionisio Ridruejo. El pensamiento único se impone en la nueva era de la posguerra civil.

Leyendo esta novela, me resultó inevitable pensar en La colmena de Camilo José Cela en el sentido de que las dos trazan un entramado de personajes durante la posguerra. Mientras, en mi opinión, Cela nos describe una época y sus personajes, de Pisón nos hace vivir la época utilizando los pensamientos y sentimientos de los personajes que razonan las causas por las que llegan a la situación del momento, es una novela viva y activa que no solo acerca la posguerra al siglo XXI, sino que ha conseguido que, como lector, me introduzca en ella y la viva.


Comentarios

Entradas populares de este blog

La más recóndita memoria de los hombres. Mohamed MBOUGAR SARR

El corazón del cíclope, José Antonio Abella