La sombra del ciprés es alargada Miguel Delibes
Miguel
Delibes es uno de los escritores españoles pertenecientes a la generación de
los años cuarenta y cincuenta, ya mencionada en este blog a propósito de otros
autores como Ana María Matute o Carmen Laforet, tan prolíficos, que escribieron
hasta iniciado el siglo XXI. Algunos, prácticamente, comenzaron su carrera ganando
un premio importante como el Nadal, lo que los popularizó de inmediato, por
ejemplo, Carmen Laforet con Nada, o Miguel Delibes con la sombra del
ciprés es alargada.
Este primer libro de Delibes aparece cuando España
continúa viviendo marcada por la guerra civil; el título podría sugerir el
recuerdo de aquellos cementerios aun bien poblados años después de la
contienda. Sin embargo, el escritor busca un subterfugio para tratar un tema
diferente, quizá también propiciado por los vestigios del conflicto pasado.
Asistimos a la oposición del fatalismo que condiciona la
vida humana y el optimismo del hombre capaz de mejorar su vida o sus
condiciones de vida. Así podríamos verlo en el universo de Voltaire y Candide,
de Diderot y sus Lettres philosophiques, o de Leibniz y su Principe
de raison suffisante.
El libro de Miguel Delibes consta de dos
partes. En la primera vemos la infancia de Pedro y de su amigo Alfredo en Ávila,
ambos formados por su preceptor don Mateo Lesmes. La segunda es la vida de
adulto de Pedro cuya profesión de marino mercante le lleva a viajar por el
mundo y a conocer innumerables situaciones que le sirven para corroborar su
creencia y su filosofía de vida.
En la primera parte, Pedro adopta los principios de don
Mateo en el sentido de que, si no se espera nada bueno, no se padecerá una vez
perdido, y no se le echará de menos; no se sentirá nostalgia por lo perdido.
Esta idea evita el sufrimiento de lo que nunca se ha disfrutado. Mientras
tanto, Alfredo, marcado por la enfermedad y la desgracia familiar, mantiene la
esperanza de que la situación pudiera cambiar si se dieran las circunstancias
necesarias, a pesar de que su enfermedad ponga término a su vida a corto plazo.
También es él quien formula la diferencia entre los cipreses semejantes a
espectros con frutos crujientes pendientes de sus ramas como calaveritas
pequeñas; mientras tanto, los pinos poseen un aroma agradable, y su sombra es
redonda, más repleta, más humana y más simpática. Pedro aún no ha adoptado
completamente las teorías del preceptor y Alfredo también influye en él. Tras la
muerte de éste, Pedro no siente nada más que vacío, un vacío sin remedio. Éste
es el momento en el que Pedro comprende, por fin, la máxima de Don Mateo “entre
perder y no llegar era preferible esto último” (p.145). Necesitó varios
años para saber que “el hombre, físicamente, es una planta que nace de la
tierra y acaba en ella…Fatalmente también”. Por eso, su profesión de marino
era perfecta ya que le permitía evitar los tratos reiterados y permanentes (p.
163), las relaciones humanas que le atarían sentimentalmente, le harían sufrir
y le limitarían, llegado el momento de la separación.
En la segunda parte encontramos a un Pedro adulto, bien
considerado en su profesión y seguro de sí mismo profesional y personalmente.
Vive satisfecho con la práctica de sus ideas y de su filosofía de vida; nunca conoce
contratiempos porque no se compromete en situaciones que pudieran hacerle
dudar. Es un hombre razonable, de una lógica consistente y coherente, a pesar
de que por momentos se ve como un ser deforme y complicado al que le pesa su
vida aislada y artificial.
Toda su falsa seguridad comienza a vacilar en el momento
en que conoce a Jane y siente que, por primera vez, el azar hace que traicione
sus principios enamorándose de ella, sintiéndose indefenso; no obstante, debido
a sus principios, su actitud quizá simple, o lógicamente fatalista, resulta
transparente, como la de un niño. Es la primera vez que siente que al igual que
una corveta dentro de una botella, “Yo no podré salir sin destrozar la funda
que me aprisiona” (p. 227). También es la primera vez que tiene algo a lo
que renunciar, y renuncia a ello, aun comprendiendo que los sentimientos no pueden
cortarse de golpe. Es una época en la que a su alrededor se encuentran personas,
como Alfredo en su infancia, que intentan alojar algo de optimismo dentro del
fatalismo en el que vive. Luis Bolea, su piloto, le pone frente a algo que él
mismo no se había confesado, su temor a la vida, que le lleva a comportarse de
forma reticente e incluso ambigua.
No pasa mucho tiempo antes de que comprenda que él,
Pedro, es la obra del señor Lesmes y doña Gregoria que, tras la muerte de su
marido, prometió “no querer nunca a nadie más” porque le daba miedo (p.
268). Pedro comienza a tomar conciencia de su estado, de su formación, hasta el
punto de sentir que está derrochando su vida, que vuelve el vacío que una vez
le envolvió. Aparece el primer atisbo de rebelión y de rencor hacia el señor
Lesmes, seguido de la sensación de estar destinado a la locura; todo esto
desemboca en una gran crisis personal dominada por la fiebre. A fin de
reponerse, acepta pasar unos días en casa de Luis Bolea donde el cambio de
aires, el descanso y los paseos deberían ayudarle. Es allí donde también
concibe la idea de que, cuando la mayoría de los hombres vive de cierta forma,
y sólo él lo hace de forma diferente, el que se equivoca es él; toma conciencia
del pesimismo que le provoca el sentimiento de estar sufriendo la vida y no
viviéndola.
La luz se hace en él y se decide a mirar la vida hacia
adelante. Vislumbra su vida tranquila con Jane, con niños y en una casa
tranquila. Una vida armónica opuesta a lo que había conocido hasta entonces. El
optimismo entra en él. Pero es entonces cuando un triste accidente termina con
sus ilusiones. Ni el pesimismo ni el optimismo le han dado la felicidad. Es a
partir de ese momento en el que debe comenzar a construirse a sí mismo
basándose en sus experiencias, renuncias y sufrimientos; vuelve al punto de
partida de su vida para ponerse en marcha y poder realizar la conclusión a la
que también había llegado Candide, pues de lo que se trata es de que debemos
cultivar nuestro jardín, de recoger los trozos, las alegrías y las tristezas,
las felicidades y las infelicidades, para recomponer nuestras vidas según
nuestras propias experiencias.
Esta novela es filosófica, compleja y densa, sin embargo,
el éxito de Delibes es el de haber conseguido algo sublime, es decir, escribir
de forma clara, pero sencilla sin que a penas nos demos cuenta de la trama tan
profunda que encierra. Es una historia aparentemente simple, pero de gran
elaboración. Las estructuras, las expresiones, el léxico, no resultan
rebuscados, sino perfectos. No es una obra escrita con
rapidez. Más bien concienzudamente, rayando la perfección. Delibes consigue
dar una lección de naturalidad dentro de la expresión de la complejidad, sin
enunciar ningún principio filosófico.
8 agosto 2022
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