Mario Vargas Llosa

                                                                                         

 

            Vargas Llosa es un escritor tan conocido, prolífico, comentado y premiado, que parece imposible añadir nada sobre él. No en vano es el iniciador y un gran representante del boom latinoamericano de los años sesenta y setenta del siglo pasado en el que la narración era muy experimental, social y politizada. Por mi parte, me limitaré a hablar de él a través de dos novelas de su primera época, “Conversaciones en la Catedral”, “La ciudad y los perros”.

            Lo primero que se puede decir es que su conocimiento de la sociedad peruana de la época es extraordinario y en estos dos libros, la desmenuza de forma realmente minuciosa. En “Conversaciones en la Catedral” parte de la clase alta limeña para mostrarnos también a la clase baja trabajadora a su servicio y los abusos de que ésta es objeto. No falta la discriminación y el racismo situado dentro de la pirámide social en la que se la incluye. Por supuesto que la punta de la pirámide la constituye esta clase social alta compuesta de altos funcionarios, militares y empresarios beneficiarios de los favores del gobierno y sus diferentes miembros; favores que los enriquece, pero que deben ser debidamente correspondidos. Por debajo de esta clase privilegiada se encuentra la clase media compuesta por funcionarios, periodistas y algunas profesiones liberales. Por último, se encuentran los servidores y pequeños comerciantes, en cuyo primer tramo están los serranos y los chinos, seguidos de los negros. Estos últimos gozan del gran desprecio de todos pues no se les considera ni fiables ni inteligentes ni trabajadores. Por debajo de ellos vemos a las mujeres de las que se usa y abusa según el albedrío de cada uno; las esposas oficiales gozan de consideración social y del respeto debido a sus maridos, son descerebradas, ocupadas de la moda, las relaciones y prestigio social, de la importancia de su rango social, y de las críticas que se les pueda hacer. Las sirvientas resultan invisibles o casi invisibles para sus empleadores, aunque a veces sirven a empleadores considerados, y también veces, sufren el acoso de los hijos de la familia sin que ello parezca tener importancia; las pequeñas comerciantes y emprendedoras, que se ganan la vida difícilmente con un pequeño negocio o un igualmente pequeño y modesto hotelito. Por último, están las prostitutas a las que se recurre constantemente, se les otorga consideración durante el tiempo en que son útiles, y se las abandona sin ninguna consideración cuando dejan de serlo.

El hecho de que un hombre casado y con medios económicos suficientes mantenga a una amante, parece ser habitual e incluso normalizado, de forma que, incluso los que no gozan de suficientes medios, también lo practican. No falta el exceso de bebidas alcohólicas consumidas por todo tipo de hombres. Los desclasados, que no se reconocen en ningún estrato social, pero que les gustaría tener uno propio, a pesar de que a menudo provienen del estrato social más alto. Aquí podríamos encontrar el alter ego de Vargas Llosa en la persona de un estudiante perteneciente a la clase alta, pero que eligió la universidad de San Marcos llena de serranos y proletarios de izquierda e incluso comunistas, a los que abandona tras su participación en  una gran huelga y su posterior detención por la policía.

En la segunda novela, “La ciudad y los perros”, el ambiente es muy diferente, pero también reproduce todos los estratos sociales. Esta vez nos situamos en una escuela militar frecuentada principalmente por niños serranos y negros porque son los que nutren al ejército de soldados y oficiales suficientes y necesarios. En ella también se encuentran algunos hijos de clases sociales altas recluidos por padres o padrinos con la intención de corregirlos, hacer de ellos hombres de provecho y poder reincorporarlos más tarde al estrato social que les corresponde.

Esta escuela militar tiene como principal objetivo hacer que los niños se conviertan en hombres; es precisamente este objetivo el que hará que entre sus paredes se instale una crueldad tan desmedida que, incluso terminará con la vida de alguno de ellos. Todos los excesos cometidos, como los bautizos despiadados, acosos brutales, exceso de alcohol, tabaco, robos de exámenes, o juegos de cartas, serán disculpados in extremis porque contribuyen a que los niños se conviertan en hombres y porque es imperdonable traicionar al ejército, hecho que provocará que ciertas faltas graves sean ocultadas y las denuncias no sigan su curso establecido.

De nuevo encontramos los mismos tipos de personas, los superiores desde el oficial de graduación más baja hasta el de graduación más alta, los serranos de mente obtusa, los negros indignos de confianza, las chicas para divertirse y las que serán novias formales, y las prostitutas con las que se inician los adolescentes.

La estructura de las novelas es muy particular, pues Vargas Llosa parece estar jugando al despiste continuamente con el lector. El inicio es la descripción de la situación comenzando por el final de la historia, que se irá desarrollando a lo largo de los capítulos. Sin embargo, el hecho de que constantemente utilice los saltos en el tiempo, la presencia de varios narradores y varias historias paralelas, provoca que dentro de cada capítulo se mezclen los diálogos y se deba leer atentamente para no despistarse y saber a cada momento quién está hablado, y no olvidar que el desarrollo de los diálogos o de los capítulos no son siempre cronológicos.

En resumen, se trata de una lectura densa, no siempre fluida en la que, si se puede reprochar algo al escritor es que haya que leer prácticamente la mitad de la novela para saber exactamente de lo que trata y de lo que el escritor nos habla.


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