La hora 25. Virgil Gheorghiu

 

 “La hora 25” es un título cuando menos curioso para una novela; es, según el autor, “la hora que sigue al momento final, cuando ya no es posible la esperanza”.

El escritor rumano Virgil Gheorghiu escribió este libro en mil novecientos cuarenta y nueve, cuando hacía pocos años que había terminado la Segunda Guerra Mundial, poco después de que fuera detenido por las tropas americanas debido a que Rumanía había colaborado con el Tercer Reich y que él, en particular, había sido secretario de embajada para el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rumanía. Escritor contradictorio, de ideas antisemitas y alabanza hitleriana, aunque se retractara de ello en sus memorias en mil novecientos ochenta y seis.

El libro está escrito en tres partes, la primera es la presentación de la comunidad, del pueblo rumano de Fantana, en una zona rural. En la segunda, se aproxima la guerra y se desarrolla con todas sus consecuencias; y en la tercera, llega el final de la guerra también con sus consecuencias.

El personaje principal es Iohann Moritz, un alma inocente, pobre, analfabeto y primitivo que trabaja para el pope, el cual le tiene en gran aprecio por su honradez y su sentido del trabajo. Se casa con Suzanna, hija del dueño del albergue, un alemán brutal, y tienen dos hijos.

El pope y su mujer son personas pacíficas y generosas; tienen un hijo, Traian, que vive en Bucarest y está casado con una judía. Traian tiene un amigo jurista, juez de Fanan. Éste último intentará ayudar a Iohan, pero sin éxito.

La llegada de la guerra trastoca la vida de todos. Traian se convierte en el alter ego de Gueorgiu puesto que es diplomático, huye a la Alemania liberada con su mujer, pero se encontrarán aprisionados por la maquinaria burocrática. Tras ser declarados enemigos, terminarán en un campo de concentración, aunque su mujer será liberada poco después. Traian era escritor y en su última novela quería demostrar lo absurdo de la maquinaria de la democracia occidental puesto ésta se dedica a establecer esclavos técnicos dedicados al cuidado, a la realización mecánica de las reglas, sin sentimientos, sin reflexión, sabiendo que, finalmente. lo importante es el dinero. Las peticiones de “El testigo” que realiza Traian, así lo demuestran, pues sabe que las leyes se sitúan por encima de los hombres.

Ésta es la teoría que Gheorghiu desarrolla a lo largo del libro a través de Traian, a lo largo de todas las desgracias que sufrirán los diferentes personajes, principalmente por parte de Iohann y su familia, y de Traian y su familia. Desgracias que no terminan con el fin de la guerra puesto que con ella aparece el terror provocado por la noticia de la inminente llegada de los rusos que tratarán a la población y a los prisioneros de la misma forma y con la misma brutalidad que hicieron anteriormente los nazis. En opinión del escritor, el comunismo es la aplicación de la misma teoría llevada hasta el extremo máximo.

Pero ilustremos esta teoría. Iohann, el pope y su hijo Traian se reencuentran en un campo de concentración. Cuando el pope fallece, el médico del campo llega para llevarse el cuerpo a pesar de las súplicas de Traian que desea enterrarlo según el rito ortodoxo; ante las constantes negativas Traian dice:”Es un pecado que pagarán caro. Hay acciones que no se perdonan jamás. No lo olvide nunca, doctor, que me ha prohibido usted acompañar el cuerpo de mi padre hasta la puerta del campo…”, a lo que el doctor responde :”No soy yo quien lo prohíbe, es el reglamento”. Ante tanta injusticia e incongruencia, Traian decide hacer huelga de hambre porque ya no tiene ningún aliciente para continuar viviendo y ante su negación a ingerir alimentos, tuvo una iluminación; ”Ahora comprendo por qué ayunan los ascetas y los místicos (…). Cuando se tiene hambre es más fácil desligarse de la tierra. Dios está más cerca. Parece que se está tocando el cielo con la frente”. Su internamiento y su vida en el campo no terminan con la huelga de hambre a la que sobrevivirá y le obligarán a someterse a pruebas médicas para demostrar científicamente algo que era obvio, pero necesario según el reglamento. Traian sabe que el hombre termina por acostumbrarse a todo, a pesar de que al principio le provoque repugnancia, como comer y deleitarse al lado de las letrinas nauseabundas, a dormir en colchones fabricados con cabellos de mujeres, o a alumbrarse con lámparas cuyas pantallas fueron fabricadas con piel humana, porque, al fin y al cabo, el mundo se ha convertido en un mundo desalmado, tal como lo demuestra la mujer de Traian al rechazar una demanda de matrimonio: ”Pero usted es completamente incapaz de sentir una pasión -dijo Nora-. Y no solo usted. Ningún hombre de su civilización es capaz de alentar una pasión. El amor, esa pasión suprema, no puede existir más que en una sociedad que estime que cada ser humano es irreemplazable y único. La sociedad a la que usted pertenece cree justamente lo contrario: que cada hombre puede ser reemplazado”.

En la actualidad, estamos acostumbrados a vivir en democracia y acostumbrados a pensar que la civilización occidental es la más desarrollada y superior a otras existentes en el mundo; hemos aceptado y asimilado que es el menos malo de los regímenes. “La hora veinticinco” es una invitación a la reflexión sobre la naturaleza de la democracia occidental, sus ventajas e inconvenientes y las condiciones en las que viven los ciudadanos y la manera en que ven y consideran a los demás regímenes fuera del occidental.



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