Benito Pérez Galdós
Hace algunos días, leí que Mario Vargas Llosa había
aprovechado estos últimos años de pandemia para leer la práctica totalidad de
las obras de Benito Pérez Galdós. De sus lecturas nació un libro titulado “La
mirada quieta (de Pérez Galdós)”, así como el despiece de este libro por el
escritor canario Juan Jesús Armas Marcelo.
En mi
condición de modesta lectora, que no conoce sino una ínfima parte de la obra de
este prolífico escritor inspirador de Almudena Grandes para sus “Episodios de
una guerra interminable”, me limitaré a hablar de él a través de algunas de sus
obras, que no incluyen a las grandísimas “Fortunata y Jacinta” ni “Doña
Perfecta”.
Galdós
Llegó a Madrid desde Canarias para estudiar Derecho, y en lugar de ello se
dedicó a pasear por la ciudad y a leer principalmente en el Ateneo, donde
también conoció a numerosos intelectuales y personalidades, como Francisco
Giner de los Ríos o Leopoldo Alas Clarín. Allí leía en francés e inglés las
obras de Balzac y de Dickens, o pasaba el tiempo en las tertulias literarias mientras
que, contrariamente a lo que debería constituir el grueso de sus actividades,
descuidó de tal modo su asistencia a la universidad, que finalmente quedó
excluido de la matrícula.
Sus
lecturas le llevaron al conocimiento de las teorías literarias del momento en
Europa, principalmente el realismo y el naturalismo, y más tarde el
espiritualismo con Tolstoi. No tardó en dedicarse a la observación de la sociedad
como lo hiciera igualmente Balzac en Francia. Llevaba a cabo sus observaciones
paseando por todas las zonas de la ciudad, ricas y pobres, barrios altos y
barrios bajos; viajando en la clase más modesta, escuchando las conversaciones,
y memorizando sus expresiones y lenguaje, o alojándose en tugurios. Al mismo
tiempo, su actividad de periodista le enseñaba el arte de las crónicas que le
servirían para sus Episodios Nacionales; también utilizaría los relatos de su padre
que, siendo militar, había participado en la Guerra de Independencia.
Finalmente, su implicación política le llevó a codearse con los políticos, a
aprender el lenguaje parlamentario y la manera de hacer discursos.
Galdós
trasladó ese afán de observación a D. Alonso y a Medio Hombre en Cádiz, pues a
pesar de ser ya muy mayores para participar en la batalla de Trafalgar, se
decidieron a embarcar para estar en primera línea y no perderse nada de lo que
sucediera. Los acompaña Gabriel, el paje de D. Alonso que, siendo aún muy niño,
fue recogido en Vejer de la Frontera y salvado de la vida miserable que llevaba
en Cádiz. Allí comprenderá la crueldad de la guerra y de las batallas, pues los
ingleses vencieron debido a su mayoría numérica dejando una gran cantidad de
muertos y heridos. Gabriel es el narrador de esta primera novela de los
Episodios Nacionales y volveremos a encontrarlo en diversos Episodios. Es él
mismo el que nos relata su vida miserable en Cádiz, el transcurso de su vida
con D. Alonso y de otros acontecimientos durante las guerras napoleónicas.
Por otro lado, los temas tratados, al ser recurrentes,
hacen que la estructura de la sociedad se consolide y que el lector se forme una
imagen clara y un mapa de sentimientos, clases, reglas sociales y estamentos
vivos y cristalinos. Esto no es nada baladí teniendo en cuenta que el siglo XIX
español estuvo plagado de profundos trastornos y conmociones históricas que no
ayudaron a la quietud política, social ni económica. Por ejemplo, resulta
interesante descubrir la profunda división de mentalidades entre liberales y
monárquicos, como el hecho de que gran parte de la población rural y de
urbanitas más necesitados prefieran, por ignorancia, mantener las cosas en el
orden en el que siempre estuvieron, en lugar de alterar su ritmo de vida
habitual.
Las guerras sangraron
profundamente a la población, principalmente en el medio rural, ya que debían
proveer de víveres a los ejércitos de Napoleón, a los españoles revolucionarios
o contrarrevolucionarios y a las guerrillas. Ninguno de ellos se preocupaba ni
se responsabilizaba de la miseria que dejaban tras de sí después de los
innumerables saqueos y violencias cometidas. No es de extrañar que el
Empecinado se hiciera popular entre los campesinos puesto que él prohibía que
su ejército se dedicara al saqueo, al enriquecimiento personal y a la violencia
gratuita después de las batallas. Esta honradez también provocó traiciones
entre los que consideraban que debían obtener provecho económico o ascensos militares,
como vemos en “Los 100.000 hijos de San Luis” con Trijueque y Parrueño.
España parece ir a
contracorriente en relación a Francia y Europa, pues en el momento en el que en
España se instala el liberalismo y se proclama la Constitución de 1812, en
Francia existe el autoritarismo, principalmente con Napoleón, quien no duda en
invadir la península. Sin embargo, nunca ganará la confianza total de los
españoles, puesto que siempre deberá enfrentarse a la resistencia que, poco a
poco empujará a los franceses hacia el norte, hasta abandonar España. En 1814
se produce la revolución fernandina con el regreso de Fernando VII, la
derogación de la Constitución y la detención de los diputados liberales. En
1820, Riego dirige la sublevación contra el absolutismo y Fernando VII es
obligado a jurar la Constitución y a suprimir la Inquisición. Pero en 1823 se
asiste a la reacción realista o servil y la nueva Restauración; es entonces
cuando en Europa se vive una cierta tendencia liberal moderada y se produce la
llegada de los 100.000 hijos de S. Luís, para intentar una monarquía moderada.
Es interesante ver la reflexión que hace Gabriel en “Trafalgar” sobre el inicio de la guerra:”(…) la idea de nacionalidad, (…)sin duda (…) debe de haber hombres muy malos, que son los que arman las guerras para su provecho particular, bien porque son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros y anhelan ser ricos. Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, (...)
La nobleza y la burguesía
monárquicas aspiraban, y casi imploraban, alcanzar títulos y prebendas de
Napoleón y de su hermano José I. Su deseo de formar parte del nuevo gobierno y del
nuevo orden no era motivo de planteamiento de su lealtad, o falta de ella,
hacia Fernando VII retenido en Francia, como vemos en “Napoleón en Chamartín”,
sino la de la ascensión social y la entrada en un círculo cercano al poder y a
la obtención de bienes económicos. De igual manera, los pequeños burgueses y
empleados del Estado, mantienen las mismas aspiraciones alimentando las
relaciones con personas mejor situadas social y económicamente, por lo que no
dudan en asistir al teatro una vez al mes o cada vez que consiguen beneficiarse
de entradas gratuitas para lucir atuendos difícilmente variados debido a su
alto precio; es el caso de la familia Bringas en “Tormento”, o de Eloísa en “Lo
prohibido”.
Por otro lado, impresiona el
enorme desprecio que estas mismas clases demuestran por las clases bajas; así
lo vemos en Marianela, esta mísera chica de quince años, deforme, pero con
todas las buenas cualidades humanas; nadie se ofrece a ayudarla, pero la
desprecian por su absoluta ignorancia y su suciedad; sólo la familia Centeno la
ayuda en un estricto mínimo necesario para que no muera de inanición, mientras
ella ayuda al pequeño de los Centeno con el poco dinero que consigue, porque lo
que él desea es irse a Madrid y estudiar medicina; también ayuda a Pablo, joven
rico, guapo y ciego. Pablo aprecia tanto las grandes cualidades de Nela que le
declara su amor, hasta que recupera la vista y se enamora de su prima mucho más
guapa y elegante. Lo vemos con Felipe Centeno a su llegada a Madrid, tratado
con desprecio por su pobreza, llamado “doctor Centeno” por su empeño en estudiar
medicina, pero consigue ser el criado de Alejandro Miquis con quien no sale de
la pobreza, pero, al menos, es tratado de forma amable, incluso recibirá el
sobrenombre de Aristóteles por su empeño en aprender y escribir. Felipe
conseguirá una buena situación con D. Agustín Caballero, indiano regresado de
las américas con una importante fortuna. Lo mismo le sucede a Amparo y su
hermana que, por ser familia pobre, son tratadas con desprecio y tomadas como
sirvientas.
Para un observador del calibre de Galdós
profundamente anticlerical, no podría faltar la presencia del clero en sus
novelas, ya sea del lado liberal, o monárquico. Podemos comprobarlo en “D. Juan
Martín El Empecinado” con mosén Trijueque, en las filas de El Empecinado, inculto
y ávido de reconocimiento; el padre Salmón en “Napoleón en Chamartín”, que
frecuenta a los pobres para educarlos y enseñarles las buenas maneras, pero se
debe a la aristocracia a la que sirve con devoción, o los frailes descontentos
porque Napoleón proyecta reducir el número de conventos y requisición de gran
parte de sus propiedades que pasarán a manos del Estado, y la reducción de sus
óvulos a un tercio del que tenían; D. Jaime Creux, arzobispo de Tarragona,
abiertamente activo por la restauración de la monarquía en “Los 100.000 hijos
de S. Luís”; o D. Pedro Gil polo, que no teniendo vocación, se hizo sacerdote
para salir de las perspectivas de miseria que le rodeaban a él, su madre y su
hermana; consiguió una correcta situación en Madrid con las monjas y una
escuela para enseñar a los niños, pero en realidad, no actuaba nada más que en
sus propio beneficio sin preocuparse en absoluto de la iglesia.
Sería difícil olvidar el Madrid de las tertulias, salones, cafés
y teatros tan bien ilustrado en “Napoleón en Chamartín”, época en la que
comenzaban las tertulias políticas y las reuniones en las logias masónicas. Descubrimos
al joven libertino D. Diego Hipólito Félix de Catalicio, Conde de Rumblar y de
Peña Horadada, a quien le entusiasma asistir a estas reuniones; frecuenta las
logias masónicas de Madrid, que antes de 1809 no eran sino lugares jocosos, sin
embargo, entre ellos prefiere los salones en los que las fiestas duran toda la
noche. Después de 1809, en la logia de Sta. Cruz, sita en la C/ Atocha, 11, se
hablaba de política. Pero donde mejor conoceremos las tertulias será en “La
fontana de Oro”, fonda y centro de reunión de la juventud liberal ardiente y
bulliciosa durante 1821; aun así, las intrigas y complots contra el gobierno
liberal refuerzan la idea de que el rey Fernando VII está jugando un doble
juego, pues al mismo tiempo que gobierna con los liberales, organiza la
contrarrevolución cuyo objetivo es el de derrocar a los liberales y proclamarse
rey absolutista. Las intrigas las lleva a cabo D. Elías, alias “el coletilla”,
cercano al rey; éste no duda en sobornar a cualquiera, incluidos algunos
estudiantes sin recursos económicos, para hacer ruido en La Fontana de Oro y
expulsar a los liberales de la posada. Las consecuencias de esta
contrarrevolución las veremos en “Los 100.000 hijos de San Luís” con la
persecución y matanza de liberales, por lo que al Gobierno no le queda más
remedio que huir a Sevilla, obligar al rey a aceptar la Constitución y
posteriormente, continuar hacia Cádiz donde los franceses masacrarán a los
liberales en el castillo del Trocadero.
Como
colofón, sería imperdonable olvidar la presencia del alter ego de Pérez Galdós,
el entrañable Alejandro Miquis de “El doctor Centeno”. Al igual que Galdós,
llegó a Madrid para estudiar derecho, aunque sus intereses se encontraban en
otro lugar. Con la herencia de una pequeña fortuna, se dedica a escribir una
obra de teatro perfecta, que desgraciadamente es demasiado larga y con
demasiados personajes para ser representada en los teatros, donde los intereses
de los empresarios se dirigen más bien hacia las obras cortas de tres actos,
con pocos personajes y divertidas. Miquis se ausenta tanto de la universidad
que es expulsado de ella. Duerme durante el día, frecuenta los teatros por la
noche y el resto de la noche lo dedica a escribir. Presta dinero a todos los
que se lo piden, incluso si él se queda sin nada y cae en la más extrema
pobreza; sus amigos, sus vecinos, le buscan con avaricia y arañan sus últimos
céntimos aun sabiendo que él no tendrá nada que comer. Todo esto no les
impedirá criticar a Alejandro y decir que no sabe administrar su hacienda.
Centeno permanece junto a su amo hasta el último momento en el que se lo lleva
la tuberculosis agravada por la falta de alimentos, el frío y la suciedad
reinante en su entorno. Los vecinos y amigos se verán obligados a hacer una
suscripción para poder pagar su entierro, igual que sucedió para poder hacer un
monumento a Pérez Galdós, mientras que su entierro fue sufragado por el Estado.
Benito
Pérez Galdós nunca buscó la riqueza y conoció épocas en las que gozó de una
excelente situación económica y otras en las que vivió en la pobreza, daba
dinero a todo el que se lo pedía y nunca escatimaba nada, por lo que a menudo
debía recurrir a los prestamistas. Fue muy querido por todos, especialmente las
clases humildes puesto que “el abuelo”, como le llamaban, hablaba de ellos,
escribía sobre sus vidas, sus costumbres, sus sufrimientos, sus dificultades, y
lo hacía con el mismo lenguaje que ellos. No sólo le apreciaban los pobres,
también las altas esferas, a pesar de sus detractores que impidieron en varias
ocasiones la presentación de su candidatura al premio Nobel.
Galdós se
dedicó a observar la sociedad, igual que lo hiciera Balzac en Francia. En sus
novelas plasmó todos los tipos humanos presentes en aquellos tiempos, y lo hizo
desde la observación, ausentándose él de los escritos, sin comentarios, sin
críticas sobre lo que veía. Describía lo que existía. Este escritor desarrolló
varios puntos en común con Balzac, además de el de la observación. Los temas y
personajes de sus novelas son recurrentes. Existen los burgueses, los pequeños
burgueses, los nobles, los arribistas, los nuevos ricos, la clase media de
trabajadores del Estado u oficinistas, periodistas, los criados, militares, intrigantes,
liberales y conservadores. De igual forma, los personajes de una novela no
desaparecen con el final de la historia, sino que volvemos a encontrarlo, si no
a todos, a algunos en otras novelas, lo que conlleva a menudo, la continuidad
de la historia.
La
estructura de las novelas es igualmente similar, es decir, presentación de los
personajes y establecimiento de la situación, desarrollo y desenlace. Estos
puntos comunes entre los dos escritores son tales que hay momentos en los que
no se sabe si Galdós es el Balzac español o Balzac el Galdós español. En
cualquier caso, Galdós es si no el mejor escritor, sí uno de los mejores
escritores españoles con una prolífica obras constituida por más de cien
novelas, obras de teatro y cuentos, referencia de una época mucho más cercana a
la actualidad de lo que a primera vista pudiera parecer.
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