PATRIA

Mucho se ha escrito sobre la narración “Patria”, de su autor Fernando Aramburu y de los premios obtenidos; y a pesar de ello, me dispongo a contribuir a este raudal de comentarios, críticas y lisonjas.

Apruebo los premios de narrativa que ha obtenido, pero esto también me permite centrarme en la idea de que no considero que esta narración sea una obra literaria pues para ello habría que eliminar, al menos, doscientas páginas y transformar el estilo de escritura. Aun así, podríamos incluirla dentro de otros géneros, pues después de las cien primeras páginas leídas, constantemente me venía a la memoria una serie la televisión española de principios de los años setenta titulada “Crónicas de un pueblo” porque, en efecto, “Patria” constituye la crónica novelada de una zona situada al norte de la península Ibérica, -a saber Euskalderria o País Vasco, según quien hable de ella- encarnada por un pueblo del que no se dice el nombre, aunque sabemos que se sitúa cerca de San Sebastián.

El texto resulta de lectura fácil puesto que se compone de capítulos muy cortos que facilitan la posible  interrupción de la lectura, lo cual no representa ningún impedimento de seguimiento ni de comprensión en el momento de retomarla. El estilo de redacción es sencillo, de frases cortas y, expresiones populares y entrañables como “me cagüendiez”, “me cagüen” o “tomar por saco”, u otras pintorescas, pertenecientes al léxico vasco
Nos encontramos en un pueblo pequeño, de vida y costumbres sencillas en el que también existe un polígono industrial, una fundición y empresarios que, con esfuerzo y sentido del riesgo, consiguieron levantar una empresa y vivir holgadamente hasta el punto de permitirse que los hijos hicieran estudios universitarios, o incluso en universidades del Opus, información que nos llega a través de una ligerísima alusión a la “Obra”; aun así, tampoco se enriquecieron desmedidamente. Y como pueblo, también asistimos a las envidias y rencillas de los que se creen víctimas de la injusticia porque no consiguieron triunfar, a los celos y a las tensiones sociales.

Aramburu nos introduce en la vida cotidiana de una comunidad a través de olores, y sabores como el del “besugo cocinado con ajo incrustado en la piel”, con multitud de imágenes a menudo provenientes de recuerdos, por lo que no nos cuesta nada imaginar el pueblo, las calles, la gente, el río, las huertas y además; multitud de escenas familiares relajadas o tensas.

El relato se inicia en el presente y nos conduce a un universo introspectivo mezclado de presentes y pasados en el que los monólogos son constantes dentro de la expresión de los sentimientos. Las relaciones humanas se muestran entrecortadas primando la individualidad de cada uno, al mismo tiempo que su deterioro, pues están dominadas por verdades conocidas de todos y mantenidas dentro de un silencio temido también por todos.

Nos situamos dentro de una sociedad enferma simbolizada por diferentes enfermedades sufridas por los vecinos y, que los conducen al final siniestro de la muerte, o al impedimento de llevar una vida autónoma; hablamos de cáncer o ictus de gravedad. El dolor de esta sociedad es crónico; la población vive en un status quo marcado por la incomprensión, el rencor, el dolor y el silencio; todo esto envuelto por la complicidad silenciosa, sin sentido de culpa ni de responsabilidad respecto a una parte de los vecinos, al abandono total de los que son señalados y declarados enemigos del pueblo vasco oprimido, pero con una 
importantísima fraternización y solidaridad económica con las familias Euskaldunes.

A pesar de todo ello, dentro de este dramatismo también cabe algún rasgo de humor como el momento en el que Arantxa, en una sesión de fisioterapia, confiesa a Xavier que siempre estuvo enamorada de él y que, si él padeciera un ictus (como ella), podrían casarse puesto que él nunca se casó.

Esta narración se sitúa dentro de un marco histórico muy reciente pues arranca en el momento en el que ETA anuncia su abandono de las armas. Reconocemos momentos en los que se anuncia la muerte de Txomin, el asesinato de Yoyes, se habla de Santi (Potros, deducimos), Pakito, etc. No se nos evita el enojo, la dificultad económica y la incomodidad de visitar una vez al mes a los familiares presos lejos de sus familias, o incluso el plan de reuniones de etarras con las familias de las víctimas dentro del plan de reinserción social.

Sin embargo, lo más duro resulta el progresivo adoctrinamiento de jóvenes, a penas adolescentes, su endurecimiento, sus prácticas, su orgullo por sus proezas progresivas hasta que llega el momento del bautizo de sangre, incluso el encuentro cara a cara del verdugo y la víctima. Todo esto tras de un largo periodo de señalamiento y acusaciones hacia el que terminará siendo ejecutado después de que él y a su familia hayan sido aislados. O por otro lado, el impedimento implícito de que los jóvenes puedan escoger otro camino diferente del nacionalismo o incluso del de la violencia.

Estamos ante una narración exquisitamente documentada que, sin duda,  procuraría maravillosos momentos de episodios televisivos o de escucha de audioseries durante los viajes cotidianos en transporte colectivo o individual, sin que las pausas entorpecieran ni la comprensión, ni la emoción ni la asimilación del tema, que incluso podría insertarse dentro de la rutina diaria, como en “Crónicas de un Pueblo”, bien que éstas últimas más lúdicas y sencillas

"Patria". Fernando Aramburu.
2º edición. Edición Ardanzas. Editorial Tusquets

Comentarios

Entradas populares de este blog

La más recóndita memoria de los hombres. Mohamed MBOUGAR SARR

Castillos de fuego, Ignacio Martínez de Pisón

El corazón del cíclope, José Antonio Abella