TRANSTERRADOS
El término “transterrado” fue
utilizado por primera vez después de la Guerra Civil española por José Gaos,
exiliado en México en 1939 y Consuelo Triviño lo utiliza para hablarnos de los
latinos instalados en España.
Esta novela no es ninguna
crítica ni condena de las condiciones de vida de estas personas, que decidieron
abandonar sus países, animados por el sueño de una vida mejor en un país que
suponían más desarrollado, tolerante y lleno de nuevas oportunidades.
En la descripción que
Consuelo Triviño lleva a cabo, nos transporta al universo Proustiano en el que
la acción se supedita a la imagen creada por la descripción. Sin embargo,
también intenta hallar explicaciones a este fenómeno, por lo que en su búsqueda,
no duda en hacerle un guiño a la idea de “el buen salvaje”, bueno por
naturaleza, pero transformado después de haber sido privado de su entorno, sus
recursos naturales, sus bosques y, esclavizado, obligados a trabajar en las
minas de oro, o diezmados por el sufrimiento de las enfermedades llevadas por
los europeos. Consuelo parece incluso acercarse a la pérfida Babilonia del
Antiguo Testamento, aquella que vivía entregada a todo tipo de idolatría; la
misma en la que los transterrados son ridiculizados, humillados y explotados
por un salario insuficiente para sobrevivir y ayudar a sus familias que no
pudieron, o no quisieron viajar. No obstante, la autora parece querer decirnos
igualmente que esta Babilonia moderna no siempre fue acogedora de pobres
desgraciados, sino que también fue proveedora de ellos, tal como le ocurrió al
mismo José Gaos o a León Felipe, cuyos versos se citan en la página 202.
En la narración, el
colectivo de transterrados no es uniforme, sino procedente de distintos
orígenes socio económicos, y culturales, entre los que destacan dos grandes
grupos. El primero es el de los emigrantes que deciden viajar con la ilusión de
encontrar un trabajo que les permita vivir dignamente en España. Pero pronto
descubren que las diferencias y dificultades son demasiadas y, a menudo, se ven
obligados a vivir apiñados en un piso sin lugar para la intimidad, repletos de
nostalgia y sin ánimo para la integración. El segundo gran grupo está
constituido por intelectuales y artistas que, al igual que sus congéneres
emigrantes, se deciden a viajar, a exiliarse voluntariamente, convencidos de
que serán recibidos con los brazos abiertos y que, inmediatamente, les
ofrecerán trabajos acordes con sus formaciones y experiencias profesionales. No
tardarán en descubrir que no es así y que, la consecuencia inmediata de su
decisión será la pérdida de sus estatus intelectual, económico y profesionales.
En esta novela tampoco falta
el mundo sórdido de las drogas y la prostitución, los traumas y secuelas de los
que fueron perseguidos o secuestrados; el machismo que llega a su máxima
expresión a través del asesinato, a pesar de que el asesino no consiga aceptar
su responsabilidad. Pero la escritora juega a despistarnos sugiriendo que la
víctima bien pudiera haber sido ejecutada por otros motivos y por otras manos.
Consuelo nos muestra todo
haciendo uso de su particular estilo de expresión indirecta, sus frases entrecortadas,
aposiciones y diversas figuras retóricas, entre las que no falta la ironía. La
narración se desarrolla mediante dos cauces diferentes, es decir, por un lado, una
periodista que utiliza la tercera persona para relatarnos la vida de los
transterrados; y, por el otro, los sujetos mismos que cuentan sus historias en
la primera persona. Todo ello constituye una poderosa razón para que esta
novela sea leída y apreciada en su justo valor.
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