Reencuentro del Año Nuevo



Reencuentros del Año Nuevo


Aurora abrió el paraguas en el último peldaño de la entrada y antes de descenderlo, miró a derecha e izquierda. Como no venía nadie, se aventuró sobre la acera. Se apretó el cuello del abrigo y, a pesar de la llovizna que -como decía su madre-, “no mojaba pero empapaba”, disfrutó del camino. La media penumbra del atardecer ya comenzaba a estar iluminada por las farolas y, las sombras de los viandantes se proyectaban alargadas sobre los edificios colindantes. A pesar de la humedad de la lluvia, Aurora pensó que la temperatura era perfecta para caminar un rato antes de adentrarse en la boca del metro a la que se dirigía.
No fue la primera, pero sí de los primeros en abandonar el restaurante. En el subsuelo aún permanecía la mayoría de los invitados disfrutando de los músicos, de los amigos y de la compañía de algunas copas. Era un buen local. Moderno, sofisticado y, al mismo tiempo, sencillo. Había sido una buena idea escogerlo: menú excelente y servicio impecable.
Cuando recibió la invitación de Manuel para la celebración de su cincuenta cumpleaños, La miró y remiró incrédula; habían pasado varios años desde la última vez que se vieron y en su estupor tuvo que reconocer que Daniel aún la recordaba, no la había almacenado en el fondo de sus recuerdos. Más tarde, tras un breve intercambio de mensajes quedó claro que, efectivamente, no la había olvidado.

 
Después de haber anotado el acontecimiento en la agenda para asegurarse de recordarlo, la vida cotidiana la llevó a no pensar mucho en tal acontecimiento hasta que llegado el día, la incertidumbre la invadió con sus infinitas cuestiones. Se preguntaba qué haría ella allí, en medio de numerosas personas repartidas entre conocidas y desconocidas; ignoraba cuáles serían los temas de conversación posibles después de años de separación, de abandono de la práctica hablada del inglés. En fin, se convenció de que su lugar estaría junto a francófonos e hispanoparlantes; le gustó la idea de sentarse junto a Irene, quien con Daniel, continuaban siendo sus preferidos.
Hubo épocas en las que había intimado con otros estudiantes con los que habían formado grupos para compartir cenas de vez en cuando. Incluso llegó a creer que se habían convertido en amigos. El tiempo le demostró que en ningún momento había sido así, que en realidad, nunca había sobrepasado el espacio-limbo destinado a los profesores, pues se les acuerda un tiempo específico en sus vidas y después desaparecen.
Eso ocurrió con la mayoría; se olvidaron de la existencia de la profesora, o la reclamaron cuando necesitaron su ayuda. Alberto fue casi una excepción pues fueron manteniendo un cierto contacto, hasta que también él se marchó. Joe fue el primero que despertó nostalgia en ella, a pesar de su escepticismo general, por momentos agobiante y por momentos regocijante; era como si el mundo entero pendiera de sus hombros y de su capacidad de trabajar. En las raras veces que pasa por Madrid siempre reserva el tiempo necesario para tomar café con su “española preferida”.


En fin, en el restaurante todo estuvo perfecto, sin embargo, fue  la sobremesa en el sótano rústico, arropados por las copas y la música cuando la nostalgia apareció en todo su apogeo. Allí estaban los dos. Manuel e Irene, tan acogedores, entrañables, alegres y cercanos, como si el tiempo no hubiera pasado por ellos, como si continuasen siendo aquellos jovencitos recién llegados y deseosos de comerse el mundo. Allí por donde pasaban contagiaban su optimismo, su seriedad en el trabajo y una pizca de ingenuidad envuelta de cierta superficialidad. 
Por supuesto que el tiempo había pasado y, los dos cargaban con el peso y las marcas de la vida; los fracasos y los éxitos visibles e invisibles, el orgullo y la humildad, la aceptación y, al mismo tiempo, la rebelión. Aurora observaba todo aquello y tuvo que marchar; era demasiado peso sobre sus propios hombros, peso de nostalgia, alegría, pesar, tristeza, pero también de esperanza. 
Al entrar en la boca del metro, las lágrimas casi resbalaron por su rostro, pero inmediatamente apareció una amplia sonrisa que la hizo levantar la vista y entornando los ojos exclamó para sí misma: “Vamos allá, el mundo continúa a tus pies y tus alas se vuelven a desplegar”.

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