NEBULOSA ESPIRITUAL




Me he despertado con una sensación extraña. Respiro un cálido perfume de flores, escucho sonoros trinos de pájaros y sin embargo, aún no es primavera. Todo me resulta difuso; la ausencia de límites parece propio al universo en el que me encuentro. El negro inicial ha variado hacia el gris; a continuación, el blanco ha invadido el aire. La idea del aire es muy particular porque no lo veo pero debe de estar presente, de lo contrario, no podría respirar ni vivir. De repente me invade un nuevo aroma a hierba húmeda de Rocío y de tierra fresca removida por la lluvia.

Multitud de sensaciones me invaden; mis sentidos se multiplican al máximo, excepto el de la vista. Tengo la impresión de que son mis ojos los que están en blanco, aunque un sexto sentido me dice que no, que no soy yo, sino todo lo que me rodea. Me siento extraña; siento la ausencia de soledad. La extrañeza de tal sentimiento me hace sobresaltarme. Espero que no aparezca ningún espíritu; es lo único posible dentro de tal falta de delimitaciones. Me siento flotar; mis pies no se apoyan en ninguna superficie sólida; el horizonte parece más lejano de lo que es en realidad; mis manos no alcanzan nada que detenga su movimiento ni la extensión de mis brazos.

La nebulosa que me envuelve me lleva hasta las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta sevillano que tanto me hizo soñar y temblar,  mientras lo estudiaba en el colegio. Sus misterios me conducían a universos paralelos lejos de la realidad, la inquietud de su fantasmagoría me llenaba de inquietud y de intriga; nunca antes me había sentido atraída por los camposantos, la última residencia de tantos seres que ya eran incorpóreos porque, tal como aprendimos en clase, la materia ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Y siendo así, sería lógico pensar que nuestros seres queridos nunca nos han abandonado, nunca se alejaron sino que sus espíritus son pura energía que quizás, se encuentre a nuestro alrededor.

De nuevo otro aroma me extrae de mi abstracción. No comprendo muy bien y aun así veo que  la inmaterialidad de mi entorno comienza a concretarse; esta vez reconozco algunas flores ante mí. Veo unos muros que me habían pasado desapercibidos, algunos árboles y numerosas manchas de colores entre los que predomina el blanco, el gris e incluso el negro. De repente todo está claro. Estoy rodeada de tumban adornadas con nombres y filigranas, cubiertas de flores. Lo que me rodea es una paz anónima y silenciosa. Una paz, empero, llena de rumores de nombres y de conversaciones inexistentes. Estoy sola y sin embargo, mi soledad está rodeada de compañía.

 
El silencio se ha resquebrajado por una asombrosa luminosidad, un estruendo que me ha sobresaltado sobremanera. He abierto los ojos y he comprendido que estaba soñando Me giro hacia el despertador digital que, además de la hora, también me indica la fecha. De momento todo parecía normal, pero no he tardado en recordar que por estas fechas me invadió la tristeza de la desaparición de Mauro. Me cuesta aceptarlo, y sin embargo debo asumir que se ha cumplido una año desde que se fue. Mis sueños me han llevado hasta él; en realidad no sé si soy yo la que he ido a visitar su universo etéreo o si, por el contrario, es su incorporeidad la que me ha visitado para recordarme que, estamos rodeados de energía que parece ser la materia transformada de todos los que nos acompañan.

Vislumbro el rostro de Mauro en la esFera transparente del despertador y le veo sonreír, veo su expresión cariñosa y risueña, la expresión que siempre le he conocido. También Mauro nos acompaña. Creo ver un pequeño rictus que me indica que mantiene una inquietud, pero que descansa y nos recuerda. Me alegro de verle y de comprender que, después de estos meses, Mauro ha encontrado su lugar.

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